La rutina diaria marca por completo nuestro día a día. Desde por la mañana, solemos realizar los mismos procesos para ponernos en marcha: levantarnos, asearnos, desayunar… Las actividades cotidianas marcan nuestro horario semanal. A excepción del fin de semana. Es durante este tiempo cuando todo parece ir a una normalidad más acorde con nuestro biorritmo natural. Sin prisas, sin estrés. Y parece que todo fluye de una manera más dinámica, como si no tuviésemos que esforzarnos por realizar ciertas actividades que, de manera rutinaria, podrían parecer más tediosas.
Puede que nuestro cerebro necesite una forma de trabajo más acorde con nuestro horario natural, situado a años luz de la hora oficial que marca el reloj. Hay personas que son más mañaneras, donde sus biorritmos les permiten trabajar de una forma mucho más efectiva desde que se levantan hasta el mediodía. Otras, en cambio, son más taciturnas, y su disposición natural les hace dormir hasta pasadas las diez de la mañana y trabajar mejor durante la tarde e incluso entrada la noche. Qué decir que aquellas personas noctámbulas que necesitan de la tranquilidad y el silencio de la noche para poder concentrar su atención y realizar sus actividades con mayor eficacia que el resto de los mortales.
Para gustos, los colores. A pesar de lo que digan los estudios y los médicos sobre las mejores horas para realizar determinadas actividades, al final cada uno sabe cuándo es el mejor momento para poder ejecutar las actividades de mayor concentración y que requieren un extra de atención por parte del cerebro. Incluso los artistas más consagrados han sabido cuál era ese momento preciso, esas horas donde su creatividad brotaba con mayor naturalidad para plasmar con precisión aquello que querían transmitir a su público. De ahí que la rutina de trabajo fuera ligada a la rutina diaria, en la mayoría de los casos. Las actividades cotidianas quedaban así ligadas a las profesionales y no se concebían las primeras sin las segundas, dando lugar a una rutina de la que no se podía escapar.
En el caso de Andy Warhol, lo que se convirtió en una auténtica rutina era la llamada diaria de su amigo Pat Hackett. De lunes a viernes, a las nueve de la mañana, Hackett marcaba el número de Warhol y se dedicaban a charlar durante dos horas de todo lo que había acontecido al artista durante el día anterior. Estas conversaciones darían lugar, posteriormente, a los conocidos como Diarios de Andy Warhol, escritos por el mismo Hackett. Después de estas charlas, Warhol pasaría a hacer sus quehaceres normales, como pasear a sus perros salchicha (a los que adoraba), ir de subasta o a comprar joyas, además de dedicarse a ejecutar su vena artística.
La rutina también puede ser una tabla de salvamento para algunas personas que necesitan ocupar su mente y mantenerla entretenida de forma constante. Es el caso del pintor Joan Miró. El artista catalán sufría de depresión crónica desde su adolescencia. Para poder contrarrestar los efectos negativos de esta enfermedad, Miró solía levantarse a las seis de la mañana, desayunaba de forma ligera y una hora más tarde estaba delante de su caballete pintando sus famosas obras. Sobre el mediodía abandonaba los pinceles para dedicarse a la actividad física. El deporte le ayudó a mantener a raya el fantasma de la depresión y llegó a practicar actividades como la natación, el boxeo o el running.

La conocida como “madre de las arañas” (y no nos referimos a ninguna Khaleesi, aunque podría serlo) también tenía sus propias rutinas de las que no podía escapar. Louise Bourgeois solía levantarse por las mañanas, desayunar té con un poco de jalea real y a las diez de la mañana su asistente la recogía para dirigirse a su taller, situado en una antigua fábrica de pantalones vaqueros. Allí la artista francesa se dedicaba a diseñar, ensamblar y soldar sus esculturas. Pero todo este proceso necesitaba de un silencio absoluto. Y nada mejor que esa antigua ubicación donde nada podía perturbar su proceso creativo.
Ya vemos que todos los seres humanos, al fin y al cabo, estamos sometidos a la rutina. Para bien o para mal. Ni los más famosos artistas han podido escapar de sus garras. Pero hay que reconocer que sin ella, el tedio invadiría nuestra vida y todo sería mucho más gris de lo que ya parece de por sí.
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