Dicen que nacemos con la mente en blanco, cómo una tábula rasa: moldeable y dispuesta a absorber como una esponja. Al no estar nada predeterminado, podemos construir lo que queramos… Pero cuidado, ahí vienen los adultos, siempre dispuestos a enseñarnos cómo se deben hacer las cosas.

Sí. Te enseñan a leer, escribir y a cruzar la calle. Pero también te enseñan cómo se debe pensar, en qué se debe creer, y cómo tienes que gestionar tu vida. Qué opciones son válidas y cuáles no.

Naces, te adoctrinan, creces, te domestican, te reproduces y mueres. Sin embargo, Creatividad murió mucho antes, probablemente cuando nos obligaron a sentarnos en una silla de colegio durante ocho horas al día y nos juzgaron a todos en base a la misma vara de medir.

¿Acaso no es necesaria la creatividad? ¿Crees que tú conocerías Tailandia si alguien, en su tiempo libre (afortunado él!), no se hubiera dedicado a inventar un avión?

Decía Einstein, que la educación es lo que queda una vez que olvidamos lo que se aprendió en la escuela.

Desgraciadamente, sólo nos cuestionamos este tipo de planteamientos cuando ya somos adultos, y aún así, no es fácil pensar fuera de la caja cuadrada y cuestionar el sistema. Se hace complicado construir una casa de colores en medio de un barrio gris.

Por eso os traemos hoy el corto español ganador del Goya este año. Dirigido por Daniel Martínez Lara y Rafael Cano Méndez, pone en entredicho no sólo el sistema, sino la educación y los métodos de enseñanza.

Porque si das valor a un pez en base a su capacidad para escalar un árbol, nunca descubrirás su cualidad, porque para eso hay que dejarle ser y estar; hay que permitirle ‘hacer’ para que pueda descubrir sus propias habilidades.

Porque una cosa es guiar, y otra muy diferente, amaestrar.