El jueves a primera hora de la madrugada nos encontrábamos con una noticia que muchos no pensaban que llegase a ocurrir. Rusia había invadido el territorio de Ucrania. Por así decirlo, el Kremlin había decidido acometer una incursión terrestre por el país vecino. Seguramente, somos ajenos a las conversaciones íntimas mantenidas entre estados para que Rusia decidiera poner pie sobre territorio vecino, sabiendo las consecuencias que toda intervención militar acarrea sobre una población civil. No es de buen agrado que un país que ha formado parte de tu territorio e influencia quiere mirar hacia el extremo opuesto porque está hasta el gorro de ti. Los que aún son jóvenes no entienden muy bien qué es lo que está pasando. Los más maduros no dan crédito a lo que acaba de ocurrir. Que Rusia intentase frenar el ingreso en la OTAN de Ucrania armando el barullo de Crimea y el Dombás se vio como un golpe bajo a su independencia del poder ruso. Se entendió como si Ucrania todavía formase parte de la antigua URSS y sin el beneplácito de los rusos no pudiese tomar sus propias decisiones. Si Estonia, Letonia y Lituania, también bajo el antiguo poder soviético durante la denominada Guerra Fría entre la URSS y los Estados Unidos, habían podido entrar a formar parte de la organización, ¿por qué Ucrania no?

Al poco tiempo, Rusia también lanzaba un mensaje poco gratificante a otros dos países europeos: Suecia y Finlandia. Estos dos países tampoco forman parte de la organización trasatlántica. Digamos que, después de la Segunda Guerra Mundial, entre Estados Unidos y la Unión Soviética no hubo muy buen feeling. Entre ellos surgieron desavenencias a la hora del reparto del “botín” de guerra. Que si yo me quedo con esta parte, que si tú te estás aprovechando, que si yo quiero un modelo capitalista y tú uno comunista… no llegó a buen puerto la cosa. Así que, después de las conferencias de Yalta y Postdam, donde se determinó que Berlín oriental iba a quedar bajo influencia rusa y Berlín occidental bajo la estadounidense, se dijeron adiós y comenzaron los años de la Guerra Fría entre ambos. Así, si el lado occidental era capitalista, el oriental comunista, si el lado occidental creó la OTAN, el oriental el Pacto de Varsovia. Este periodo resultó ser un tira y afloja entre dos gigantes contrapuestos que en el fondo se necesitaban para justificar la existencia del otro.

Todo parecía haber llegado a un entendimiento con la caída del bloque soviético a principios de los 90. La imagen de la caída del muro de Berlín, en el año 89, parecía poner fin a las diferencias entre ambos antagonistas y reunificaba la ciudad alemana como símbolo del comienzo de una nueva era. Ese muro significó la vergüenza de Berlín durante cuatro décadas. Una ciudad dividida en dos zonas por un muro que separaba el comunismo del capitalismo. Un muro que separaba familias en dos zonas de exclusión, con el riesgo de morir tiroteado por los soldados soviéticos si los de la parte oriental querían reunirse con los suyos en la occidental. Y, desde entonces, todo parecía ir bien hasta que Ucrania decidió unirse a la OTAN.

Para entender esta “rabieta” que parece haber cogido Rusia, habría que tirar de historia para entender lo que significa Ucrania, Suecia y Finlandia en el imaginario europeo oriental. Pero no solo una historia reciente que nos remonta a la Segunda Guerra Mundial. Una historia que nace por el siglo VIII y se remonta a la época de los famosos vikingos.

Monasterio de Lindisfarne

La aparición de los denominados vikingos tiene lugar durante los siglos VIII y IX. En estos siglos, tiene lugar el famoso asalto al monasterio de LIndisfarne, momento en el que históricamente empezamos a tener noticias de ellos. Obviamente, esto no quiere decir que estos pueblos procedentes del Mar Báltico no existiesen en la línea de la historia. Existían pero no se tenía referencia escrita previa de sus hazañas. La palabra que los denomina, vikingos, proviene de la palabra “vik in” que significa “bahía adentro”. Esta palabra es una alusión a los fiordos noruegos, cuya geografía crea canales de navegación que acogen pequeñas bahías donde desembarcar, establecerse y fundar pueblos, al abrigo de la orografía del terreno. Digamos que los vikingos son aquellos que provienen de los fiordos.

Si la geografía del lugar donde habitaban solo les permitía la salida por el mar, es lógico pensar que el desarrollo de la navegación iba a ser su fuerte como pueblo. Se ha dicho una y mil veces que los mejores barcos han sido los construidos por los vikingos. Sus técnicas de construcción y de dominio de la madera permitieron crear barcos que fuesen aptos tanto para la navegación en alta mar como de bajura. Por ello, el dominio técnico y práctico de las aguas les permitió muy pronto adentrarse por mares, ríos navegables y océanos en busca de nuevos territorios donde asentarse. También las condiciones climáticas de las zonas nórdicas jugaron un papel muy importante a la hora de buscar tierras cálidas y favorables para el cultivo y la vida, en general. No es lo mismo vivir en una región cubierta la mayor parte del año por hielos y nieve que en otra donde las nieves llegan en invierno pero permite la vida durante el resto del año. Si a ello se le une un incremento de la población, la necesidad de aumentar las cosechas para abastecer al grueso de los habitantes hace que estos pueblos busquen otros lugares con condiciones óptimas para la roturación de las tierras.

Barco vikingo en Oslo

Sea como fuere, su salida al mundo y a la historia tiene lugar durante estos siglos. Los vikingos comenzaron a bordear el continente europeo hacia el oeste, navegando el Báltico, cruzando el Canal de la Mancha, llegando al Atlántico y adentrándose en el Mediterráneo. Durante estas travesías, tanto en las crónicas francesas, andalusíes como germanas, se recogen sus saqueos, incendios y razias, sembrando el temor entre los reinos ante los ataques de esos hombres y mujeres de piel rojiza, teñida por el sol, de ojos claros y pelo rubio. Muy conocida es la incursión que realizaron en la actual Sevilla, allá por el 844, cuando sus barcos remontando el Guadalquivir asediaron la ciudad y le prendieron fuego. Abderramán II nunca había visto antes algo así en su vida. Por lo que decidió tomar cartas en el asunto y enviar al ejército a que rechazase la incursión nórdica en los territorios de Al Ándalus.

Sin embargo, su condición de exploradores y navegantes no sólo les hizo buscar la salida al mar. Los vikingos suecos, los denominados como Varegos en las crónicas de los francos, desembarcaron en lo que hoy es la costa de Polonia y comenzaron su descenso por el río Vístula hacia el sur. El contacto con los pueblos eslavos hicieron que los Varegos encontraran en el comercio una buena fuente de ingresos en lugar de los saqueos y las razias a los que estaban acostumbrados. Pronto encontrarían el camino por tierra para extenderse también hacia el este. La búsqueda de tierras para el cultivo y el incipiente comercio de estas zonas con los grandes centros de comercio, como Constantinopla, hicieron que los Varegos se instalasen entre los pueblos eslavos que habitaban la gran llanura europea. Además, la incursión por el Mediterráneo hizo que encontraran la vía fluvial de ascenso por los ríos Volga y Dniéper como caminos por donde establecer el comercio con Constantinopla hacia la llanura europea.

San Jorge de Novgorod

Un líder de los Varegos, llamado Rúrik, fue el encargado de pacificar la zona comprendida entre los lagos Ládoga e Ilmen. En ella habitaban fineses, eslavos y otros pueblos bálticos, que estaban en continuo enfrentamiento. Cuando Rúrik entró en escena y consiguió establecer la paz entre ellos le nombraron príncipe de la ciudad de Novgorod. Esta historia, que no deja de ser una leyenda, nos habla de la mezcolanza de los pueblos del norte de Europa y cómo los Varegos fueron los que asentaron las bases para la creación de la ciudad de Novgorod. A partir de la figura de Rúrik se crea una dinastía de príncipes que gobernarán Novgorod y, posteriormente, Kiev.

Los Varegos continuaron bajando hacia sur desde Novgorod hasta la incipiente Kiev. Allí, un descendiente de Rúrik, Oleg de Novgorod, consiguió tomar la ciudad de Kiev. A partir de entonces, todo el territorio comprendido entre Novgorod y Kiev pasará a denominarse Rus de Kiev. La palabra Rus tiene diferentes acepciones según el origen etimológico que se le quiera asignar. Ruotsi es el término finés que designa a Suecia; rusmen o ruskarlar significa en danés gente de mar o remeros; del antiguo ruso, rus parece designar el color rojo o rojizo de la piel de los nórdicos. Rus así designaría la palabra pueblo en los antiguos pueblos escandinavos. Y Rus es la base etimológica de la que luego surgiría el término Rusia, tierra rusa o tierra de los piel rojiza o tierra del pueblo (sueco).

Kiev

La Rus de Kiev es el comienzo de lo que después conformará el Imperio Ruso. Los distintos principados se irán unificando alrededor del Principado de Moscú, el más fuerte y el que ejercerá el liderazgo, hasta que Iván III se proclame Gran Príncipe de Rusia, desde Novgorod hasta Moscú. Su nieto Iván IV se convertirá en el primer césar o zar de toda Rusia. Sus enfrentamientos con Suecia por el dominio del Mar Báltico serán constantes durante siglos, así como con Lituania y Polonia por las tierras circundantes. Si se piensa que la amenaza hacia Suecia y Finlandia por su interés en formar parte de la OTAN es más cercano en el tiempo, en realidad los enfrentamientos con ambos países han sido una tónica general durante los últimos 400 años.

Conociendo la historia pasada se puede entender esas relaciones y salidas de tono entre Rusia y el resto de países que lo rodean. En el caso de Ucrania, Kiev es la joya de la corona. Kiev es el inicio de la identidad rusa. No sólo a nivel territorial. En Kiev tiene lugar la conversión al cristianismo ortodoxo de los denominados Varegos. No olvidemos que los Varegos procedentes de Suecia eran politeístas y creían en los dioses del Valhalla. Por lo que la identidad cultural, religiosa y social comienza en la Rus de Kiev. Con ello también se entiende la negativa rusa de que Suecia entre a formar parte de la coalición Atlántica. Suecia es el origen del esplendor de lo que será con los siglos Rusia. Suecia es la patria y el rival con el que luchar por el dominio del Báltico. Si Suecia se gira al Atlántico, ¿dónde queda el principio de la identidad rusa? Una Rusia volcada hacia el este, hacia el Pacífico, no tiene sentido cuando su origen es europeo. Y Finlandia, a pesar de su neutralidad, no deja de ser el obstáculo que le permite salir al Báltico. Finlandia siempre ha formado parte de Suecia, a pesar de haber estado un siglo bajo dominio ruso hasta que en 1917 consiguió su independencia.

Entender que para Rusia la mirada hacia los países occidentales es una traición tiene su explicación en la historia y devenir de la Europa del noreste. Es como si todo aquello de lo que proviene desaparece, pierde su identidad de ser. Los lazos étnicos y sanguíneos están muy presentes entre ellos. Los rusos no dejan ser descendientes de los suecos que un día decidieron bajar hacia el sur y luego al este para buscar nuevas tierras para cultivar. Quizás entendiendo la importancia histórica que tiene este entramado, se pueda comprender la postura de Rusia en todo este jaleo que se ha montado. Al igual que es fácil de entender que, las potencias que en su día fueron parte de la antigua URSS y del bloque soviético, no quieran mirar más hacia el país que las sometió durante la etapa de la Guerra Fría con Occidente.