La región del Lacio ha estado siempre ligada a la historia del Imperio Romano.  Desde el segundo milenio antes de Cristo, la región ya era un amalgama de pueblos asentados sobre sus llanuras. Etruscos, faliscos, sabinos, écuos, volscos… cada uno de ellos habitaba un pequeño territorio de esta región hasta que empezaron los enfrentamientos para extender su influencia. Como resultado esos grupos se fueron aglitinando hasta que surgió Roma, una entidad que acabaría convirtiéndose en un Estado para dar paso al Imperio que llegaría a dominar el Mediterráneo.

Tiempo después, el poderío romano se mantendría gracias a la libertad religiosa que el emperador Constantino aprobó en el Edicto de Milán, en forma de expansión cristiana que llevaría a la creación de la Iglesia romana. La mayoría de las familias nobles y opulentas de toda la península itálica aspiraba a ocupar la cátedra de San Pedro, el símbolo del poder occidental y de Roma. Para ello, no dudaban en ordenar sacerdote a algunos de sus vástagos para así conseguir la influencia suficiente y obtener el poder que otorga ostentar el cetro y la mitra papal. Grandes apellidos como los Borghese, los Visconti, los Orsini, los Colonna, los Medici, los Barberini, los Farnese… siempre han estado ligados a la curia papal y a los entresijos del poder político.

Cabe mencionar que también estos apellidos han sido grandes mecenas de las artes, con obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas realizadas por los artistas más importantes de cada época. Así, la familia Farnese construyó uno de los palacios más potentes, a nivel defensivo, de todo el Renacimiento. Villa Farnese, como así es conocido, se consolidó como un palacio fortaleza de planta pentagonal, reforzado en sus esquinas, y fue rodeado de un gran foso en todo su perímetro para evitar cualquier ataque exterior, que la convulsa diplomacia del momento podría propiciarle.

El encanto de una magna construcción como la de este palacio también se debe a la ubicación del pueblo de Caprarola, en el que se encuentra situado. La ladera sur de los montes Ciminos es el telón de fondo sobre el que se alza la ciudad y el monumento. Las hayas junto a los manantiales de aguas termales y el lago Vico conforma el paisaje natural de este lugar de origen volcánico. Sobre este bello escenario, de historia, arte y entorno, es donde se remodela una antigua granja que será rebautizada como la casa Martina.

La firma de diseño Deltastudio ha sido la encargada de llevar a cabo el proceso. La idea principal era convertir casa Martina en un hogar, en un refugio al que escapar de la vida de la ciudad y que contara con todas las comodidades necesarias. Para ello, los 145 metros cuadrados que la conforman se dividieron en dos plantas. En la inferior, el espacio se subdividió en tres franjas horizontales claramente diferenciadas: el salón a modo de terraza cerrada, la cocina abierta a la escalera principal y la zona de los dormitorios con los baños. En la planta superior, se encuentra un dormitorio adicional, un estudio y un baño.

El salón principal está concebido como un espacio abierto al exterior, al paisaje de Caprarola. Amplias cristaleras dan a la escalera de acceso y permiten observar todo el bosque así como el lago Vico. La estancia consta de una chimenea que permite una mayor conexión con el mundo natural que le rodea, con la historia etrusca del lugar y de sus habitantes. El fuego se convierte así en el elemento principal del salón permitiendo la fusión con el resto de elementos naturales (agua, aire, tierra) que lo rodean.

La cocina de casa Martina combina la sencillez del mobiliario con la funcionalidad de ser un lugar de paso. Una pequeña puerta lateral da paso a una alacena que permite organizar bien todos los alimentos y los elementos de limpieza de la casa. Y otra puerta lateral, situada frente a la anterior, permite tener comunicación directa con la mesa del salón. La cocina cuenta también con una isla adosada a la pared lateral, donde se encuentra situada la vitrocerámica y dos taburetes que permiten comer en la misma.

El espacio destinado a los dormitorios es amplio y confortable. Cada uno de ellos cuenta con su propio baño. Aunque el verdadero protagonista es el situado en la planta superior que, además del pequeño estudio y su propio baño, cuenta con un vestidor.

La decoración de casa Martina es muy minimalista, donde predominan los tonos blancos y negros, muy acordes con los paisajes invernales del lugar, junto a la madera, más cálida y propia de los espacios íntimos y de descanso. Además, los suelos contribuyen a la delimitación de los espacios, utilizando el cemento en los espacios conjuntos, la madera en las áreas íntimas y la cerámica en la cocina.

La casa Martina se convierte así en un lugar único donde disfrutar de la vida del campo, un espacio limpio y amplio donde refugiarse del mundanal ruido, moderno, confortable y perfectamente equipado.

Fotografía Simone Bossi.

El “sueño revelado” del Carroll italiano