Arte por la gracia del arte. La libertad artística está por encima de cualquier norma académica establecida siempre que sea fruto de la libertad creativa. Un amplio debate se suscitó en pleno siglo XIX con esta idea que llegó a resquebrajar por completo los cimientos de la institución del arte por excelencia, la Academia.  Gracias a esta ruptura, los artistas pudieron experimentar libremente con ideas, formas, materiales, colores… inaugurando movimientos y vanguardias que permitían toda clase de concesiones a la hora de llevar a cabo sus creaciones.  Y es esta noción de experimentación la que ha llevado al artista italiano Maurizio Savini a elaborar unas esculturas que sorprenden a todos.

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La libertad creativa es una máxima para este artista nacido en Roma en 1962. Esa libertad es la que ha hecho posible que Savini se atreva a utilizar como material para sus esculturas la goma de mascar. El chicle de toda la vida, ese que de pequeño cualquiera iba a comprar a la panadería cercana a su casa, es el material que utiliza Maurizio para realizar sus obras. Eso sí, cada una de ellas cuenta con un esqueleto hecho en yeso en su interior para que le dote de estabilidad y equilibrio.

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El chicle rosa, con unos toques en color blanco, es uno de los materiales más maleables y moldeables que ha podido encontrar el artista italiano para esculpir sus obras. El proceso es lento y laborioso, debido a la negativa de una conocida empresa para facilitarle la masa en bruto que necesita para cada una de sus creaciones. Primero compra los chicles, después los desenvuelve y los une calentándolos a fuego para obtener una masa uniforme para poder moldear. Muchas veces utiliza pasta vítrea para dar mayor sensación de realismo a sus figuras.

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Sin embargo, el azúcar es un material que se corrompe fácilmente y necesita de algún tipo de estabilizador para evitar el proceso de deterioro. Savini utiliza antibióticos y formaldehído para aplicarles ese acabado que permite su conservación.

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Niños, animales, adultos,… cualquier temática es posible pero siempre con un trasfondo de crítica social o política. La elección de una materia como el chicle, propia de la cultura del siglo XX,  fue por las connotaciones simbólicas que sugería, principalmente por ser icono de la sociedad occidental de ese siglo y por su carácter lúdico y artificial, al ser un producto que no alimenta, como cualquier creación artística.

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El propio Savini ha reconocido sobre sus obras la siguiente afirmación que profundiza más en el sentido de su carrera artística y su significación: “La carnosidad sintética del color rosa, la obsesiva forma cuadrada del producto desenvuelto y listo para ser hecho pedazos por el poder de la lengua, todo compite por impactar los sentidos. Aplicando todo esto al poder y energía de la escultura y su historia causa un cortocircuito, al tener la capacidad de convertir lo lúdico en imponente.”

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Una obra original y diferente, que dan ganas de comérsela aunque su propio creador no sienta afinidad por este tipo de  gominola en cuestión. Una curiosidad antes de terminar: sus escultura pueden llegar a ser realizadas con más de tres mil chicles y pueden alcanzar precios que rondan los 50.000 euros. A partir de ahora, el lector puede empezar a mirar el envoltorio de un chicle en clave artística.