Uno de los inventos que revolucionó por completo el siglo XIX fue la aparición de la incipiente fotografía. Algo estaba cambiando en el mundo cuando Louis Daguerre consiguió que el daguerrotipo viese la luz en el año 1839. El procedimiento se hizo muy popular y pronto se extendió por diferentes lugares del continente. La mejora de los procedimientos de toma y revelado lo convirtieron en el invento del siglo. Poco a poco y con la aparición del colodión, el sistema de toma negativo-positivo, de William Talbot, la fotografía consiguió abrirse un camino en el mundo del arte.

La pintura de retrato pasó a ser propia de las clases más solventes. La fotografía conseguía plasmar en un minuto el retrato de una persona. Se ganaba autenticidad, rapidez e inmediatez. No era preciso pasar horas de posado para conseguir un retrato fiel de uno mismo. Con la fotografía podía captarse una imagen cualquiera en el mínimo tiempo estimado y con una fiabilidad máxima. Es cierto que, al principio, los procedimientos revelaban las imágenes en forma de espejo, es decir, lo que había a izquierda aparecía a derecha. Con el tiempo se consiguió plasmar la realidad en sí misma en la dirección adecuada.

El mundo había cambiado. La imagen real y fidedigna conseguía imponerse con fuerza. Sólo quedaba un paso más para hacerla totalmente real: dotarla de color. Y eso no tardaría en llegar. Los hermanos Lumière consiguieron dotar de color las primeras imágenes, allá por el año 1907. Con el nombre de placas autocromas, los Lumière hicieron realidad el sueño de captar la realidad tal y como era, gracias a un procedimiento químico que utilizaba de granos de almidón que se iban tiñendo sobre placas de vidrio para revelar el color de la toma. Este procedimiento estuvo vigente hasta la aparición de la cámara Kodak y de los carretes fotográficos, en los años 30. Con ello, la fotografía se convirtió en el proceso documental más sencillo y barato de la época, al alcance de casi todos.

Sin embargo, los hermanos Lumière habían conseguido dar el salto definitivo para convertir la fotografía en movimiento. El 13 de febrero de 1895 habían presentado la patente de lo que conoceríamos como cinematógrafo. Con este invento, había nacido el cine. La imagen podía ser tomada y reproducida en su movimiento original. Cada una de esos movimientos quedaban grabados en una cinta por imágenes, que al ser reproducidas a velocidad conseguían reproducir esos movimientos originales. El 28 de diciembre de ese mismo año los Lumière mostraban por primera vez ante el público diez películas grabadas en París, de unos 20 minutos de duración, y con ellas casi se podría decir que el siglo XX acababa de ser inaugurado.

El camarógrafo Guy Jones ha rescatado estas películas de los hermanos Lumière para hacernos partícipes de la creación de este invento. Pero no solo eso. Con ello recupera un documento gráfico único que nos muestra la vida del París de finales del siglo XIX y principios del XX. Sus gentes, sus modas, sus costumbres, sus calles, los monumentos de la ciudad, los medios de transporte… cada uno de los detalles puede ser observado en estas películas que nos muestran la velocidad a la que el siglo XX ha revolucionado el mundo y lo distinta que era la vida de hace 120 años con respecto a la actualidad que vivimos.

No sabemos si esas personas que aparecen en pantalla podían imaginarse el nivel de perfeccionamiento y sofisticación que el cine y la fotografía han alcanzado en nuestro siglo. Pero al igual que el avance tecnológico del siglo XIX dio como resultado estos dos fenómenos sociales, es probable que a finales del siglo XXI los avances hayan conseguido cosas hasta ahora impensables. Lo que no va a cambiar, por mucho avance tecnológico que haya es la condición humana. Los seres humanos siempre serán humanos.