Hace poco decíamos que el enamoramiento es un estado cuasi-psicótico. ¿No nos creéis? Bien. Vosotros lo habéis querido.
¿Recordáis aquella maravillosa película llamada ‘Mejor Imposible’ en la que un destartalado Jack Nicholson necesitaba comprobar que había apagado las luces de su casa siete u ocho veces, se llevaba sus propios cubiertos al restaurante o saltaba como una pulga para no pisar las líneas de la acera?
Esos son ejemplos claros de conductas habituales de una persona con un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC); bueno, pues los estudios dicen que cuando nos enamoramos nuestro cerebro se comporta de una forma muy parecida, como si se tratara de una droga altamente adictiva, ya que se crean vínculos muy fuertes entre el placer y la persona deseada. Ni qué decir tiene si nos acostamos más de tres veces con ella y encima tenemos un orgasmo.
El enamoramiento no es lo mismo que el amor, ya que el primero se da de forma más involuntaria y se basa principalmente en la atracción; el amor suele venir más tarde si es correspondido y no te has metido en la friendzone: requiere entendimiento, comprensión, cariño, empatía, compromiso, etc.
El enamoramiento altera nuestra frecuencia cardíaca, nos quita el hambre, el pelo brilla más, la concentración mejora (las 2 horas al día en las que no estás pensando en esa persona), cambia la voz y el tono de la piel, ese dolor de espalda que teníamos se nos olvida y casi nos sale purpurina por los ojos de lo que se sube el autoestima.
Por todo ello, esos primeros momentos de una relación pueden ser únicos, muy intensos, revolucionar la forma de sentir de alguien y provocar que te cases del viaje exprés en París o que seas capaz de dejar tu trabajo e irte a pelar piñas al Iguazú si esa persona te lo pidiera. La forma de reaccionar varía en función de las características de personalidad, la estabilidad emocional y por supuesto, la historia previa de cada persona, que hace que se viva diferente cada vez y vayamos aprendiendo con la experiencia. Estas particularidades hacen que algunos lo vivan de forma más sana, pero que otros lo vivan eufóricos, histéricos, asustados, obsesionados o, completamente tarados (para qué nos vamos a engañar, un 90% ha pasado por ahí alguna vez).
Todo esto se complica cuando entra el juego “el amor romántico” y nos creemos Romeo y Julieta recitando poemas en el balcón, pero eso os lo contamos otro día, mientras tanto cuidado al haceros “el porro del amor” que engancha. Así que no te cortes, ¿por qué no? Coge lápiz y papel, piensa si es sano lo que te atrae del otro. Trata de aprender de cada persona, de cada experiencia de tu pasado amoroso. Sé sincero contigo mismo y recorre cada rincón para no volver a cometer los mismos errores y ser capaz de querer(te) mejor la próxima vez.
Gifs: Blanca Brona
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