Si me permitís, hoy os voy a contar algo un poco personal.
Soy de esa generación que ha crecido entre lo analógico y lo digital, de esas personas que sabe lo que es pedir salir a alguien sin usar el Whatsapp. Tengo redes sociales, como casi todo el mundo, y me entero (poco, tampoco os voy a engañar) de cosillas de la vida de algunos amigos a través de ellas. Y me entero, otro poco, de esas pequeñas novedades que te vas contando por chat.
Pero honestamente, echo de menos a mis amigos. O más concretamente, muchas veces, echo de menos tocar a mis amigos.
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Los años van pasando y vamos rellenando nuestra vida de trabajo, pareja, actividades, hijos, responsabilidades, facturas, horarios y más horarios. Con frecuencia, y entre medias de esta vorágine, es fácil olvidarse de dedicarle tiempo a lo importante: las personas. Y entre ellas, hoy nos dedicamos a un pilar fundamental…
Los amigos.
Los amigos y su papel en nuestra vida
Los amigos, esas personas que te han hecho reír hasta la saciedad, esos con los que viviste esa genial aventura de verano o los que se convirtieron en pañuelo de lágrimas cuando más lo necesitabas. Amigos de la infancia, o los que conociste ya siendo más mayor, pero que casi se convirtieron en familia.
Amigos como los que te recogieron en su casa cuando dejaste aquella relación tan tóxica con fulanito o menganita. Los mismos con los que compartías tardes y tardes cotilleando, queriendo resolver el mundo, o hablando de sexo (las malas lenguas dicen que con los buenos amigos siempre se acaba hablando de sexo o cosas escatológicas).
A medida que pasan los años juntarse con ellos a veces parece más una ilusión nostálgica del pasado que una realidad. Unas veces porque no se puede (de verdad), y otras, porque lo vamos dejando pasar.
¿Por qué dedicarle tiempo a los amigos?
Las personas -y sus agendas- se mudan, se cambian de lugar, de casa y hasta de país, y desde luego, no siempre es fácil mantener el contacto. Pero de repente, un día te ves con un amigo y recuerdas lo genial que era estar con esa persona, y te preguntas por qué no lo haces más a menudo.
Es más, resulta que te vas a casa más contento de lo que estabas (y no sólo por las cervezas). Los problemas en el trabajo no parecen tan grandes, y esas manías de tu pareja ya no te parecen tan importantes. Pero dejamos que pase el tiempo y ese ‘a ver si quedamos otra vez’, se convierte en telarañas, en un vago y difuso recuerdo.
No sería raro que al leer estas líneas, tuvieras en mente a esa persona o personas, a las que llevas tiempo pensando llamar para preguntar qué tal. O incluso a ese amigo con el que dejaste de hablar por ese malentendido que nunca se resolvió, y que todavía te sigue generando un retortijón en la tripa o corazón.
¿Por qué dejamos pasar ese impulso?
Recuerda, siempre hay hueco para tomarse una cerveza o café con un amigo. Es más, ese hueco es necesario. Para compartir penas, alegrías, pero sobre todo, sobre todo, para compartir vidas. Y si es a la cara, mejor.
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