“Las cosas de palacio van despacio”. Cualquiera habrá podido escuchar un millar de veces este famoso refrán popular cuando ha comprobado la lentitud que lleva realizar algún que otro tipo de trámite legal o administrativo. Pero, ¿por qué la palabra palacio? Las primeras civilizaciones construyeron palacios para albergar todo tipo de documentación que iba surgiendo gracias a la aparición de la escritura. El palacio era el lugar donde se depositaba toda la documentación legal de la ciudad y sus habitantes, desde transacciones comerciales, asuntos legales, documentos históricos, crónicas… Los palacios después se convertirán en los lugares donde residen los monarcas, reyes o faraones y donde tiene lugar la vida de la corte que le acompaña. Algunos de estos palacios han permanecido a lo largo de los milenios, otros han desaparecido y muchos otros fueron ampliados y restaurados siglos después de su construcción. ¿Quieren conocer alguno de los más interesantes?
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Comenzando la ruta, hay que realizar una parada obligatoria en el Palacio Real de Mysore, en India. El edificio actual se construyó a finales del siglo XIX, hacia 1897, completándose a principios del XX. El arquitecto fue el inglés Henry Irwin que empleó una mezcla de estilos como el romano, el indo-sarraceno, el oriental y el dravídico dando como resultado un aspecto diferente y original. El elemento más destacable es un trono de oro con incrustaciones de piedras preciosas que alberga en su interior. Durante la noche es iluminado por más de 50.000 luces que le dan un aire mágico y misterioso.
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Sin desviarnos del contiente asiático, encontramos un palacio con un significado espiritual y de retiro que va más allá de su sentido constructivo. El Palacio Potala de Lhasa es el lugar donde reside el Dalai Lama desde que en siglo XVII el quinto Dalai decidió establecer allí la capital del Tíbet. Este monumental complejo alberga salas destinadas a usos seculares que cuentan con una claraboya interior para permitir la iluminación y ventilación hacia el interior. En muchas de ellas alojan en su interior gran número de armas y corazas realizadas en oro, plata y hierro que pertenecieron al Reino de Tubo. También se pueden encontrar recipientes de jade, libros de oro, piezas de porcelana, esmeraldas, pieles y textiles de gran valor histórico y museístico. Además, las columnas del palacio están totalmente decoradas con esculturas y las paredes dejan al visitante boquiabierto con sus frescos multicolores.
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En Brunei se halla el palacio residencial más grande del mundo. Su nombre, Nurul Iman, significa la Luz de la Fe. Terminado en 1984, no abre sus puertas hasta el día del comienzo del festival Hari Raya Aidifitri hasta su finalización, por lo que los visitantes sólo pueden acceder a él unos determinados días al año. En su interior alberga 257 baños, 1.788 habitaciones, 5 piscinas, 44 escaleras, 18 ascensores y un garaje para alojar más de 100 vehículos. Todo un derroche de lujo y esplendor.
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En tierras europeas es difícil de olvidar el famoso Palacio de Versalles. Cuando Luis XIII decidió crear un pabellón de caza en los terrenos que adquirió a los Soisy en Versalles nunca pudo imaginar la importancia que alcanzaría años después. El trazado en forma de U de su planta con un patio central lo convertiría en modelo para otros palacios europeos que se realizaron durante el Barroco. Luis Le Vau y Jules-Hardouin Mansart fueron los principales arquitectos que llevaron a cabo la construcción y ampliación de todo el complejo. La decoración de Charles Le Brun le da ese toque de exuberancia y refinamiento que llega a su culmen en la Galería de los Espejos.
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Mucho más cerca de las fronteras nacionales se encuentra el Palacio da Pena en Sintra. Construido sobre un antiguo monasterio, fue Fernando II de Portugal quien encargó la remodelación al arquitecto alemán Ludwig Von Eschewege para dárselo como regalo a su esposa María. La mezcla de estilos manuelino, mudéjar, gótico y barroco, muy propia del historicismo del siglo XIX, le da un toque de alegría y color muy peculiar. Entre sus estancias se puede apreciar la cocina que mantiene intacta su decoración decimonónica.
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Ya en suelo patrio podemos destacar el Palacio Episcopal de Astorga. Construido con granito gris, fue el arquitecto catalán Antonio Gaudí quien le dotó de vida. El estilo neogótico fue el elegido para levantar un nuevo palacio episcopal después del incendio que ocasionó la destrucción del anterior. El palacio está concebido casi como un castillo, con cuatro torres cilíndricas en sus esquinas y un foso que lo rodea. En el interior una escalera de caracol une las cuatro plantas del edificio, donde el sótano está revestido de bóvedas de ladrillo sin revestir que contrastan con las plantas superiores donde las columnas dan paso a vidrieras que llenan la estancia de luz.