Para celebrar su 25º aniversario, Titanic, la película de James Cameron ganadora de varios Premios Oscar, regresa a los cines este viernes. Lo hace en una versión remasterizada y solo en 3D y formatos especiales.
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El calendario Pirelli es casi tan famoso como la Navidad misma y tan esperado como Papá Noel y los Reyes Magos. Sin embargo, el almanaque llega antes y se disfruta también algo más, porque ya comienza a calentar motores con la presentación de cuatro de las imágenes que nos acompañarán a lo largo del próximo 2017. En esta ocasión y como ya anunció la compañía, dejan a un lado los desnudos para centrarse en su faceta más artística a través de fotografías que, como suele ocurrir en sus casi nueve décadas de historia, marcarán tendencia.
[Así subió la temperatura con el calendario Pirelli 2015]
En esta ocasión, los cuerpos despampanantes de modelos semidesnudas dejan paso a imágenes de alto contenido artístico protagonizadas por actrices de Hollywood de la talla de Nicole Kidman, Penélope Cruz, Helen Mirren, Julianne Moore, Jessica Chastain, Kate Winslet, Robin Wright o Uma Thurman, que nos acompañarán mes a mes a lo largo del próximo año para señalarnos el paso del tiempo hasta poder recibir de nuevo con los brazos abiertos este cuidado almanaque.
IMPORTANTE: Las famosas modelos, ¡NO LLEVAN MAQUILLAJE!

Uma Thurman

Nicole Kidman

Julianne Moore

Robin Wright

Después de una gran tormenta todo el mundo se preguntaba por qué el pequeño y enclenque junco pudo sobrevivir mientras el tronco del árbol más robusto se partió en dos como si nada. El junco aprendió a doblarse, a ser flexible. Aprendió a aprovechar todas sus capacidades y estrategias para, incluso después del vendabal, salir ileso después de la tormenta y poder apreciar el sol.
¿Qué hubiera pasado si a cada soplo de viento le gritaran al juncoo que no lo iba a lograr? «No eres capaz», «Siempre lo haces mal», «Eso no se te da bien», ‘Te vas a partir, no lo vas a conseguir», «Eres demasiado blando», «No tienes habilidad suficiente», y así un suma y sigue de corrosivas palabras que acaban rasgando hasta la voluntad más increbrantable, un torrente de críticas negativas que acabarán inundando tu cabeza en los momentos de estrés o crisis emocional: cuando te sientas vulnerable, cuando cometas un error, cuando tengas que dar un speech en tu trabajo, cuando juegues con tu equipo un torneo, cuando tengas que abordar un nuevo reto.
Ni eres un junco, ni esto es una peli americana y tú un negro del Bronx al que la profesora va a salvar de la delincuencia. Pero ese junco aprendió el valor de una palabra, ¿te suena el término resiliencia? Podría resumirse con una frase de Nietzsche que dice algo como «lo que no me mata, me hace más fuerte». La capacidad de sobreponerse a situaciones adversas o tiempos de dolor a base de centrarnos en nuestras capacidades y no sólo en las debilidades, y uno de los factores que la condicionan es precisamente el lenguaje.
No hablamos de ciencia ficción cuando decimos que el lenguaje crea la realidad, problablemente nunca voy a medir 1.90 ni tener las piernas de Naomi Campbell por muchas veces que lo repita, pero si constantemente hablo de lo malo, de lo que no me gusta acerca de la relación con mi padre, hermano o pareja, acabaré construyendo una dinámica que no me gusta. Mi propio lenguaje retroalimenta la emoción, cuando me vaya a la cama y piense en esa persona, acabaré asociándolo a emociones negativas porque no paro de fijarme en lo negativo. ¿Soy capaz de rescatar o crear momentos positivos? Porque si no, ¿qué sentido tiene mantener esa relación? Así que si mi intención es seguir relacionándome con esas personas, mejor hacerlo desde la construcción.
¿Sigues sin creer en el poder de las palabras a la hora de modificar la realidad? Pues cobra especial importancia cuando somos niños, mira esto:
No consiste tampoco en contarse mentiras y autoengañarnos constantemente para fingir una realidad y una felicidad que no sentimos, pero sí se trata de ser más gentiles con las palabras: con nosotros mismos y con los demás. Si vas a quejarte sobre algo, al menos aporta nuevas soluciones, quedarse únicamente en la crítica no sólo no ayuda sino que entorpece.
El poder de las palabras. Las usamos con frecuencia para describir el mundo que nos rodea, pero se nos olvida con la misma facilidad que el lenguaje es tan capaz de hacerte sonreír como naufragar.
El lenguaje genera identidades, relaciones, compromisos y posibilidades, pero también las quita. Nuestra identidad se conforma a través de lo que decimos sobre nosotros mismos y lo que dicen los demás, pero también somos la forma en la que lo contamos y aquello que no decimos. Todo ello hará que nos posicionaremos ante el mundo de una forma u otra.
Si cada mañana cuando me miro al espejo pienso «vaya mierda de día, odio mi trabajo, mi vida es una mierda», saldrás de casa con una actitud poco receptiva ante la vida lo que además te dificultará cambiar las cosas que no te gustan. Todo el mundo tiene derecho a tener una actitud de mierda, no tienes que ser la entusiasta Phoebe de Friends 7 días a la semana 24horas al día, pero si piensas siempre en oscuridad acabarás sumida en ella: tu propia actitud boicoteará cualquier intento de encontrar el interruptor de la bombilla.
La forma en la que hablamos de nosotros mismos, de los demás y de nuestros entorno tiene la posibilidad de crear futuros y mundos diferentes. Si hablas tan mal de ti acabarás permitiendo que otros lo hagan porque entrará dentro de la normalidad.
No eres perfecto, ni tienes que serlo. Eres quien eres y seguramente las personas de tu alrededor están ahí precisamente por eso.
Escuchar opiniones enriquece, escuchar sentencias empequeñece. No permitas que los demás decidan cómo eres porque nadie tiene más decisión sobre tu vida que tú mismo. Tantas veces te contaron quién eres, que acabaste creyéndotelo…
Cuando te asalten las inseguridades recuerda esto y no dudes de ti, que de eso ya se encargarán otras personas. Ya lo dice Kate Winslet en este discurso, aplicable no sólo a mujeres.

La unión entre la moda y el séptimo arte no es algo nuevo, de hecho es algo tan antiguo como el propio invento de los hermanos Lumière. No se puede negar que las producciones cinematográficas han influenciado enormemente a las tendencias de la moda e incluso a día de hoy, se siguen reinventando estas mismas sobre la pasarela. El cine tiene el poder casi único de convertir looks, prendas, accesorios y marcas, en verdaderos iconos de la moda, consagrándolos a la cima a lo largo de todos los tiempos.
Hay que tener en cuenta que antiguamente no había toda la cantidad de información en cuestiones de moda como hoy en día, por lo que para muchos el cine era su única fuente de inspiración. Véase el conocido caso del film Sucedio una noche (1934) de Frank Capra, en donde en la escena final Clark Gable se quita la camiseta dejando su pecho al descubierto. Seguramente ninguno de ellos pensó en las consecuencias del acto, pero este simple hecho provocó una caída del 75% en la venta de camisetas interiores en EE.UU. Alucinante, ¿verdad?. Por suerte para los fabricantes de esta prenda, en 1951 un guapérrimo Marlon Brando lució como nadie una camiseta blanca de algodón en Un tranvía llamado deseo y más tarde, en 1955 un Rebelde sin causa James Dean la convirtió en un verdadero símbolo de rebeldía y sexualidad. ¿Acaso alguien de los aquí presentes no tiene una camiseta de algodón blanco?
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Pronto, los grandes estudios hollywoodenses se dieron cuenta de la repercusión que el vestuario podía tener en la sociedad de la época, por lo que no tardaron en contratar a importantes diseñadores para que crearan mundos de ensueño a través de las prendas. En 1928, la Metro Golden Mayer fichó a Adrian Adolph Greenburg, también conocido por Gilbert Adrian. Un auténtico genio de la aguja que con tan solo 25 años el productor y director Cecil B. de Mille se fijó en sus dotes creativas y decidió contratarlo como Jefe de vestuario de los estudios. Durante sus años en la MGM, Adrian fue el responsable del vestuario de más de 200 películas y de prendas icónicas que sin duda, marcaron el destino de muchos de estos largometrajes. Él creó la bata adornada con diamantes de Margarita Gautier en La Dama de las Camelias (1936), los trajes de seda, terciopelo y encaje del siglo XVIII de María Antonieta (1938), o el maravilloso vestido blanco que lució Katherine Hepburn en Historias de Filadelfia (1940).
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Pero sin duda, su obra más recordada será el vestuario de El mago de Oz (1939) y sus inolvidables zapatos de rubíes rojos con los que Dorothy caminaba sobre las baldosas amarillas para llegar a casa. Tac, tac, tac, tres taconeos bastaron para que la pequeña Dorothy descubriera los poderes mágicos de los zapatos y para que, fuera de Oz, se convirtieran en la viva imagen de la inocencia en el mundo del cine. A modo anecdótico, cabe destacar que en el libro original los zapatos eran plateados, pero en el film se decidieron cambiar el color a rojo para aprovechar el nuevo proceso de technicolor descubierto por aquellos años.
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Pero su mayor obra, con la que alcanzó el gran éxito es, curiosamente, una de las menos recordadas: el vestido de Letty Lynton, creado para la película del mismo nombre de 1932. La película estaba protagonizada por Joan Crawford, que para su desdicha, era extremadamente ancha de espaldas, por lo que Adrian se vio en la responsabilidad de disimular ese ‘defecto’. Para ello, creó un asombroso vestido en organdí de color blanco con enormes volantes en los hombros. El diseño triunfó tanto que los almacenes Macy´s de Nueva York se dieron prisa en clonarlo y en pocos días vendieron medio millón de vestidos. Aunque darle todo el mérito al vestido sería un error, ya que la prenda no habría gozado del éxito que tuvo sin el contexto en el que se creó. El motivo más importante fue sin duda la Gran Depresión, ya que tras el hundimiento económico, los estudios de cine dictaron que las estrellas debían vestir de blanco para dar una imagen de esperanza y optimismo.
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Adrian no tuvo ningún Oscar, básicamente porque este premio no se otorgo hasta 1948. Quien sí se lo llevo fue otra de las grandes dentro del diseño de vestuario en el cine: Edith Heath. Y no una, sino ocho veces de las 35 que estuvo nominada en sus 50 años de carrera. ¡Y eso que a ella todo este mundo le llego por casualidad! Sí, Edith era profesora de francés cuando un día con solo 20 años vio un anuncio en el que se solicitaba modista para los estudios Paramont. No se lo pensó dos veces, se presentó y le dieron el trabajo. Allí trabajó como jefa de vestuario hasta 1967 para continuar su trabajo con los estudios Universal. Edith se convirtió en la diseñadora de las estrellas más aclamada del séptimo arte. Bette Davis, Grace Kelly, Audrey Hepburn o Elisabeth Taylor pedían a gritos contar con sus diseños. Aunque de entre sus 1000 trabajos en cine, hay que destacar el tándem artístico que formo con Alfred Hitchcock. Genialidad y estilo se unieron para vestir a una musa de la elegancia como Grace Kelly en películas como La ventana indiscreta (1954) o Atrapa a un ladrón (1955).
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Aunque si hay una asociación que ha pasado a la posteridad, esa fue la de Audrey Hepburn y el modisto Givenchy. Y es que, ¿quién puede olvidar el vestido negro de Givenchy que lució Audrey Hepburn frente a un escaparate de Tiffany’s?, ¿o el modelo blanco y negro que lució en Sabrina?. Fruto de este binomio surgió el icono de Audrey Hepburn como la encantadora Holly Golightly en Desayuno con diamantes (1961). Una imagen tan solo comparable a la protagonizada por Marilyn Monroe y su vaporoso vestido en La Tentación vive arriba (1955). La actriz llevó el concepto del Little Black Dress a otro nivel, gracias a las memorables escenas de la adaptación cinematográfica de la novela de Truman Capote. Y aunque Audrey no coniguiera el premio al que fue nominada por su interpretación en la cinta, desde luego consiguió algo más importante: su imagen se fijaría para siempre en nuestras retinas con su vestido de satén negro azabache, su gran collar de perlas y su pelo recogido con una tiara de diamantes. Cuentan que Audrey se quedo prendada de la pieza al verla en el desfile de la colección del diseñador y quiso contar con la prenda para la película. El director del filme, Blake Edwards, dio el visto bueno al vestido porque le gustaba su escote y encargó tres vestidos idénticos por si había algún problema durante la filmación. Gracias a ello, hay tres piezas iguales en el mundo, de las cuales una está disponible para exposiciones, otra está en manos de Sean Ferrer, hijo de la actriz y una tercera fue donada por el modisto al escritor Dominique Lapierre y subastada en Christie’s el 5 de diciembre de 2006 con fines benéficos, alcanzando la cantidad de 607.720 euros, el precio más alto jamás alcanzado en subasta por una prenda cinematográfica.
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Y de la feminidad de Audrey a la masculinidad de Diane Keaton en Annie Hall (1977). Ropa vintage, pantalones holgados, sombreros, chalecos, corbatas… el look que hoy conocemos como tomboy se lo debemos a este clásico de Woody Allen. Y si hay alguien a quien le debemos uno de los trajes más repetidos en cualquier fiesta de disfraces, es sin duda al look Olivia Newton John en su escena final de Grease (1978). ¿O habéis ido a alguna fiesta donde no haya una pareja disfrazada de Sandy y Danny?
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Los años 90 también nos dejaron vestuarios memorables como el de Julia Roberts en Pretty Woman (1990), los maravillosos vestidos de Kate Winslet en Titanic (1997) o los diseños de Jean Paul Gaultier en El Quinto Elemento (1997), entre muchos otros.
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Ya en nuestro siglo, en 2007 hubo un vestido que dejó boquiabiertas a miles de mujeres: el maravilloso vestido verde de Jacqueline Durran que llevó Keira Knighley en Expiación, considerado por la revista Times como el vestido más deslumbrante de la historia del cine. Por cierto, Jacqueline se llevó el Oscar en la categoría de Mejor Vestuario el pasado año por su excelente trabajo en Anne Karenina.
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Pero no podemos terminar nuestro repaso del affair entre la moda y el cine sin mencionar a los accesorios que se convirtieron en iconos de moda gracias a sus apariciones en la gran pantalla y que arrasaron en ventas debido a ello. Por lo menos, Ray-Ban es claramente la marca de gafas de sol que más veces hemos podido ver en el cine y que, seguramente, más se haya visto beneficiada. Aunque si hablamos de gafas icónicas, esas son las lentes en forma de corazón usadas por Sue Lyon en Lolita (1952) de Stanley Kubrick. Gafas que, curiosamente, sólo aparecen en el cartel promocional de la película. En cuestión de sombreros, sin duda se lleva la palma la boina lucida por Faye Dunaway en Bonnie and Clyde (1967), que llevó a numerosos jóvenes a copiar el estilismo de la película de Arthun Penn y por tanto, poner de moda este característico accesorio. Los guantes de Gilda (1946), el bikini de Úrsula Andress en 007 contra el doctor (1962), las Asics de Kill Bill (2004)… son otros claros ejemplo de accesorios que han pasado a la historia como complementos icónicos en el mundo del cine.
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No queda duda de que el séptimo arte y la moda viven en un romance permanente y este domingo, seguro que nos deja gratas sorpresas dentro y fuera de las pantallas en la 86 Edición de los Oscar. Este año, las cinco películas nominadas a Mejor Vestuario son La gran estafa americana, The Grandmaster, El Gran Gatsby, 12 años de esclavitud y The Invisible Woman. Para El Gran Gatsby, Miuccia Prada ha sido la encargada de diseñar las 40 piezas, inspiradas en colecciones de Prada y Miu Miu, con las que Carey Mulligan se transformó en Daisy Buchanan. Michael Wilkinson (300, El hombre de acero, Watchmen) trabajó mano a mano con el director David O. Russell para la creación de los espectaculares diseños de La gran estafa americana. El diseño de la indumentaria para The Grandmaster cuenta con el magnífico profesional de la industria William Chang Suk Ping, que consigue así su primera nominación a la estatuilla dorada. No obstante, su trabajo es más que conocido en el continente asiático, gracias al diseño artístico de producciones como In the Mood for Love (2000) . El vestuario de 12 años de esclavitud viene de la mano de Patricia Norris, encargada del vestuario de films como Scarface o The Inmigrant. Con ocho semanas para su creación, la diseñadora colaboró con Western Costume para realizar una realista representación del estilo americano de mediados del siglo XIX. Por último, Michael O’Connor es otro de los nominados al Oscar en esta categoría por su impecable trabajo en The Invisible Woman, un premio que ya ganó gracias a sus diseños en La Duquesa (2008) con una guapísima Keira Knightley.
¿Cuál Ganará? Pronto lo sabremos…
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Las portadas de GQ, Rolling Stone, Interview o Vogue se funden sobre archiconocidas obras de arte de Botticelli, Klimt, Warhol, Da Vinci o Picasso, gracias al genial trabajo del artista Eisen Bernard Bernardo. Una vuelta de tuerca al mundo del arte en una serie llamada Mag+Art, que busca “dar homenaje a las revistas como un lugar de expresión artística y como vehículo de la cultura popular”, según afirma el artista en su página web.